DOI:
https://doi.org/10.47133/respy41-23-2-3
BIBLID: 0251-2483
(2023-2), 43-58
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de la memoria del suceso a la memoria del proceso
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event memory to process memory
Carlos Federico Pérez1
1Centro
de Investigaciones de Historia Social del Paraguay,
Grupo Memoria. Asunción, Paraguay.
Correspondencia: caperca258@gmail.com · Editor responsable: Darío Sarah. Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas. · Revisor 1: Virgilio A. Silvero. Universidad Nacional de Asunción, Facultad de Ciencias Sociales. San Lorenzo, Paraguay. · Revisor 2: José Samudio. Academia Paraguaya de la Historia. Asunción, Paraguay. Este es un
artículo publicado en acceso abierto bajo una Licencia Creative Commons -
Atribución 4.0 Internacional (CC BY 4.0). |
Resumen: En
este artículo se muestra cómo las políticas autoritarias y represivas
implementadas por los sucesivos gobiernos desde la década de los años ´30, no
permitieron que la ciudadanía tenga mayor participación en los procesos
sociales. Caída la dictadura en 1989, el protagonismo de la ciudadanía no se
correspondió con las múltiples tareas de recuperación de la memoria.
Palabras clave: autoritarismo; dictadura; memoria; debates; proceso.
Abstract: This article shows how
the authoritarian and repressive policies implemented by successive governments
since the 1930s in Paraguay did not allow citizens to have greater
participation in social processes. With the fall of the Paraguayan dictatorship
in 1989, the prominence of citizens did not correspond to the multiple tasks of
memory recovery.
Keywords: authoritarianism; dictatorship; memory; discussions about memory; process.
Introducción
“La reconstrucción de los procesos del pasado no puede hacerse mediante la teoría, sino a través de las fuentes que “hablan” al historiador, o en todo caso mediante “un diálogo entre concepto y dato empírico, diálogo conducido por hipótesis sucesivas, por un lado, e investigación empírica, por el otro” Thompson, 1979
Esta es una idea que puede ser de utilidad para ver la importancia de hacer memoria de nuestro proceso histórico social. Es en la realidad concreta donde tenemos que anclar nuestro interés y ello con el objetivo de analizar y estudiar las características que se presentaron en los diferentes períodos de nuestra historia. El marco teórico nos definirá una metodología que nos permitirá entender el proceso como un sistema global, complejo y dialéctico, donde los componentes de la realidad se encuentran en relación permanente. A partir de estas dos dimensiones, por un lado, el marco teórico y por el otro, el desarrollo del proceso histórico social, intentaremos analizar la historia de la época represiva de la dictadura.
No hubo alternativas
Contrariamente a lo ocurrido en otros países, como en la Argentina, la reacción de los ciudadanos de nuestro país, luego de la caída de la dictadura, no tuvo un accionar político diferente creando nuevos espacios para trabajar el campo de la memoria. Ni los partidos políticos, ni las organizaciones gremiales y las de derechos humanos, pudieron encontrar los mecanismos para estructurar ese espacio de militancia diferente o por lo menos, de un contenido político alternativo.
Aunque las organizaciones comenzaron a recordar a sus muertos, desaparecidos y detenidos políticos, ese trabajo no se tradujo en una alternativa que aglutine a los jóvenes y demás sectores sociales. Se coincidía en la importancia del conocimiento y estudio de lo sucedido en el período de la dictadura, se reivindicó la necesidad de contar con una “justicia”, que aclare la “verdad” y que los culpables de las violaciones sean “castigados”. Las experiencias que se llevaron adelante no tuvieron la suficiente fortaleza y la militancia requerida para dar pasos hacia más y mejores reivindicaciones dentro del campo de los derechos humanos y para el estudio de la memoria. No hubo ningún “desborde”, ni muchas manifestaciones en contra de las múltiples represiones que se generaron durante esos 35 años de dictadura.
Es más, durante esos primeros años, luego del alejamiento del dictador del país, el aparato represivo siguió actuando como si nada hubiera pasado. Algo cambió poco recién después del descubrimiento del “Archivo del Terror”. La prensa vio en este descubrimiento, nuevos temas e historias y dio un gran espacio para que la ciudadanía conozca muchas de las luchas y las sistemáticas represiones implementadas por la dictadura. El ciudadano pudo saber que aquellas historias que antes eran negadas por el régimen, ahora contadas por sus protagonistas, con datos y detalles que no podían ser parte de los inventos de los “comunistas”, como se decía en “Patria” o se escuchaba en la “Voz del coloradismo”. Y ese ciudadano también pudo apreciar – por los medios de comunicación- que aquellos que antes aparecían en las fotos al lado del dictador, seguían siendo las autoridades que gobernaban nuestro país.
A pesar de esas evidencias contundentes, no se pudo dar el salto cualitativo para proponer otra forma de análisis de nuestro pasado reciente, de memorias, de debates e intercambio de ideas. En el campo de los derechos humanos, todo estaba por hacerse; era cuestión de asumir la iniciativa y plantear políticas relativas a la recuperación de la memoria. Sin embargo, eso no ocurrió, a pesar de muchas iniciativas que pudieron organizar algunas acciones y proyectos de actividades.
¿Qué nos faltó para tener una línea política qué a la vez de trabajar la memoria más reciente, nos diera la posibilidad de ganar espacios políticos y convertirnos en alternativa política para la ciudadanía?
Ausencia de trabajos previos
Antes de desarrollar este apartado, nos parece importante ubicar lo que señala el filósofo español Reyes Mate:
“Para poder hablar de una cultura de la memoria hay que empezar preguntándonos si la memoria es una forma específica de apropiación del pasado, distinta, por tanto, de la que lleva a cabo la historia. Es decir, ¿existe una diferencia específica entre historia y memoria en la lectura con el pasado? Para responder debidamente habría que tener en cuenta dos formas de olvido radicalmente diferentes. No es lo mismo el olvido en el sentido de desconocimiento del pasado, que olvido en el sentido de no dar importancia al pasado. En el primer caso el olvido es ignorancia y, en el segundo, injusticia. Dado que lo propio de la historia es conocer el pasado y que lo preocupa a la memoria es la actualidad del pretérito, bien podemos plantear ya la hipótesis de si historia y memoria no serán dos continentes distintos” (Mate,2006, 44)
Teniendo en cuenta lo señalado por Mate, podemos decir entonces que muchas serían las causas y las condiciones que fueron imposibilitando otros resultados de los obtenidos en estos largos 35 años de apertura política, tanto en el campo de la memoria como de los derechos humanos. Intentar explicar ese proceso de avances y retrocesos es una tarea difícil y, seguramente, muchos elementos quedarán en el tintero como consecuencia del desconocimiento de muchas experiencias que se fueron desarrollando en el país.
Me animo a decir que un elemento que jugó y mucho, tiene que ver con nuestra historia política, la más reciente y también la más antigua. Se podrá analizar y decir muchas verdades, pero nadie podrá negar que ésta se caracterizó por estar marcada por un autoritarismo represivo y un anticomunismo cerrado que no dejaba espacio a ninguna iniciativa cultural y política.
Si tomamos desde la década de los años 30 del siglo pasado en adelante, hasta el momento del golpe que derrocó a Stroessner, podemos afirmar que –en su gran mayoría- fueron gobiernos militares. Casi en la totalidad de esos casi 60 años, se verifica una cultura vertical y gobiernos que se sostenían en base de las sistemáticas represiones políticas.
Las políticas implementadas por el aparato ideológico tuvieron la tarea de presentarnos al proceso social y político, compuesto por pequeñas islas -separadas unas de otras-, y esa imagen, servía para analizar y entender nuestra sociedad. Nos decían que lo económico estaba separado de lo político y que este aspecto, no tenía nada que ver con lo social y mucho menos, con lo cultural. De esta mirada es que nuestros análisis tomaban estos aspectos de manera separada y no como un conjunto propio de un sistema.
Sobre esta base, el ciudadano tenía -y tiene el criterio-, que mientras unos gobiernan, otros deben producir y otros hacer cultura o política. Mientras unos hacen las leyes, otros deben acatarla y cumplir con la ley. Estas ideas, que cotidianamente se divulgaban y se divulgan por el aparato ideológico del Estado, eran acompañadas por la lucha sistemática de los gobiernos ante un peligro latente, que buscaba romper con lo establecido, pero no para mejorarlo, sino por el contrario, de hacer nuestra situación “peor”. Nos referimos a la lucha contra el comunismo o contra todo lo que provendría del campo de la “izquierda” – por usar un concepto de fácil entendimiento-.
El resultado de estas políticas fue que asumiéramos como “naturales” realidades que nunca podrían ser consideradas “normales”.
Los muchos intentos de golpes militares, exilios, confinamientos, largos períodos de privación de la libertad, fueron entendidos como algo inherente a la “política” y a nuestro país. Esa ciudadanía estaba acostumbrada a tener parientes en el exilio, presos o muertos. La recomendación familiar era de no meterse en la política, porque “esta es sucia y corrompe a la gente”. Así se podía entender -en parte- el gran porcentaje de la población sin militancia política y cultural.
Pero más que realidades matemáticas, lo que se produjo en el ámbito de la sociedad, fue una manera de pensar, de ver la política y la historia siempre separados y con la posibilidad de ser uno más de los detenidos, exiliados o desaparecido. Este resultado demostraba la efectividad del sistema, del régimen. A través de la educación, de la historia, de la religión, de las costumbres fuimos, de a poco acostumbrados a entender que en el país estaban otros que resolvían nuestros problemas. De ahí el fuerte impulso que se les dio a las figuras de Francia, de los López, del general Caballero, de Franco, de Estigarribia, de Morínigo y finalmente, del “mejor de todos”, el general Alfredo Stroessner.
Mejor lo explica el historiador, Jean Chesneaux cuando afirma que
“…nuestro conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las luchas políticas e ideológicas, una zona violentamente disputada. El pasado, el conocimiento histórico puede funcionar al servicio del conservatismo social o al servicio de las luchas populares. La historia penetra en la lucha de clases; jamás es neutral, jamás permanece al margen de la contienda” (Chesneaux, 2005, 24)
Nos dijeron que nosotros debíamos preocuparnos de llevar el pan a nuestras casas, de cumplir con las leyes del país, de ir a misa todos los domingos, de cumplir con los preceptos señalados en la Biblia y que todo sería excelente para que vivamos la vida sin grandes problemas. Los gobiernos -de alguna- manera, explicaban que ellos estaban en una lucha de orden mundial y que se debía derrotar a un gran enemigo, que no dejaba ningún minuto de buscar la forma de ingresar a nuestras vidas y transformarlas para dañar nuestras tradiciones culturales. Ellos cuidaban que estos enemigos no lleguen a perjudicar a nadie.
Durante ese período y también poco después del derrocamiento del dictador, no tuvimos historia obrera, estudiantil y campesina. Muchos menos una historia de la “izquierda y de los trabajos clandestinos. Los intelectuales, que anteriormente pudieron realizar trabajos al lado de estos sectores sociales y políticos, ya habían sido fagocitados por el sistema, a través del hábil y preciso trabajo de las oenegés.
Epidermis del proceso
El enfoque analítico dado por el argentino Leon Rozitchner es muy claro para observar cuales son las condiciones para hacer memoria. Dice que “recordar de manera explícita y consciente el exterminio no es un acto espontáneo: requiere situar el recuerdo en un contexto humano del cual recibe su significación completa. Debe, para ser enfrentado, incluir en la memoria las causas, quizás antes invisibles, que sólo después de haberse producido el “hecho” histórico llevan a agregarle el porqué de su existencia” (Rozitchner, 1998, 12).
Cuando es derrocada la dictadura, no existían muchas condiciones sociales y políticas de base, para posibilitar planes y espacios para realizar el trabajo de recuperar la memoria. La entendemos a ésta como el estudio, análisis y el accionar de lo que sucedió en el país, pero no en la epidermis del proceso, sino yendo a las profundidades de las claves que impusieron el ritmo del proceso social. Entendemos que mientras la historia nos visualiza aquellos hechos y realidades, que se registraron en la cronología de determinados períodos, la memoria tiene la tarea de explicarnos, de interpretar los efectos que causó en la sociedad y posibilitar alternativas que generen una visión y una praxis diferentes.
Para darle mayor fuerza a esa forma de hacer memoria, vamos a aportar lo que señala en la página 12, del libro
“Historia, memoria y fuentes orales”, cuando afirma que “la memoria, que nos gusta decirla abierta, tiene la virtud de reinterpretar el pasado; hace y rechace lazos, deshace ataduras, e impide el cierre que proponen las explicaciones rápidas, inventadas ad hoc para sepultar lo que sucedió.” (Carnovale e.a., 2005, 12).
Apenas iniciado el nuevo proceso, la urgencia de la militancia no permitió plantear otras formas de hacer política, de hacer otra clase militancia. Como decía un meritorio dirigente de la izquierda nacional, “este es un momento político fundamental; no hay tiempo para hacer historia y mucho menos memoria” (Acosta, 2018,5). Involucrarse significaba asumir el proceso electoral que se abrió con el nuevo gobierno de Rodríguez. Era la hora de pensar en diputados, senadores y acuerdos que nos lleven a la esfera del poder político. No importaba que detrás de cada candidato, no existiera nada, ningún apoyo social ni ninguna relación con los sectores sociales. Era la hora de la participación electoral. Esa forma de políticas produjo –a lo largo de los años- una posición pasiva de parte de la ciudadanía en cuanto a los problemas centrales de nuestra historia y de nuestro presente político.
Tanto de parte del sistema, como de los partidos opositores se siguió un libreto que, aunque con ritmos diferentes, tenía la misma esencia ideológica. La vieja práctica continuó con otros discursos. La sociedad –en líneas generales- reforzó aquella política de asumir una posición pasiva. El discurso alternativo de la izquierda apenas era un susurro; de igual forma, su militancia. Seguíamos separado de los sectores sociales. Y aunque parezca mentira, en la actualidad sigue siendo la militancia política tan idéntica como cuando se abrieron las “compuertas de la democracia”.
La ciudadanía volcó sus esfuerzos y esperanzas en el campo político y no al campo de la memoria y de los derechos humanos. Se incorporó a la tradicional política electoral, que ahora ofrecía “elecciones libres, transparentes y democráticas”, en un contexto sin violencia estatal. Tenemos una mirada formal de los procesos políticos. Aunque la estructura económica siga igual, aunque el modo de producción es el mismo en esencia, parece que estamos satisfechos. Nos interesa que cada cinco años sea electo un nuevo presidente.; no importa que sea más reaccionario que el anterior. No queremos más un gobierno dictatorial, pero queremos que todo siga igual. No importa escuchar al que redacto leyes liberticidas y ahora nos hable de las instituciones democráticas y la necesidad de fortalecerlas.
Entonces hay una mirada formal de nuestro proceso y eso no se pudo romper con otras miradas, que debían de haber conjugado la relación de la coyuntura con la estructura para romper con esa imagen formal de la mirada ciudadana.
Efectos de lo electoral
El pensamiento “progresista” no tuvo la suficiente capacidad y fuerza para plantear otra forma de ver el mundo y el desarrollo social y político. En muchos de los casos, siguió enclaustrado en sus luchas internas y no tuvo la decisión de romper con viejas praxis que más tenía que ver con el sectarismo, la ausencia de estudios serios de la teoría y un cada vez más alejamiento de la relación con ciertos y determinados sectores sociales. Por lo demás, este pensamiento se acopló a ese discurso de la “participación electoral” y de esa manera, se acopló a un discurso bien funcional al sistema.
Pero además la militancia de izquierda debía luchar no sólo contra las ideas impuestas por el sistema, sino que el “sectarismo” reinante desde muchas décadas anteriores, le obligaba a permanente enfrentamientos con las demás fuerzas opositoras tradicionales. Debía enfrentarse en un mismo espacio social, contra dos frentes político ideológico. No tenía una estructura orgánica y fuerte que le permitiera desarrollar un trabajo de importancia en el campo de la memoria. Lo máximo que se realizaba era recuperar la historia de lucha de sus combatientes muertos o desaparecidos, pero dentro de un encuadre de los derechos humanos.
La alegría y la posibilidad de estar siendo protagonista de un nuevo proceso, llenaba más que todas las expectativas. La consigna que se desarrolló -a veces sin ser explicita- fue que había que “olvidar el pasado”. Ahora tenemos que pensar en el presente y en el futuro. No tenemos que buscar aquellas realidades que nos van a dividir, sino que tenemos que unirnos en las coincidencias. Esta era la idea que flotaba en la sociedad en general y que fue un impedimento que no se trabajó desde el campo de la memoria.
Colorados, liberales, febreristas, independientes y democristianos, así como sectores de la izquierda, no pudieron romper con esta idea y con las realidades que se enfrentaban a diario; dejaron el tema de la memoria y de los derechos humanos en un segundo renglón. Era más importante buscar alianzas, realizar unidades entre los partidos, por más que eso significaba nuevos papeles con más sellos, pero sin ningún cuerpo social.
Esta realidad cambio, en parte, una vez que se descubrió el Archivo del Terror. A partir de este momento, se tuvo mayor consideración en los temas de nuestra reciente historia política y social. Sin embargo, ya se habían producido otros procesos en la oposición; ya se había participado en las primeras “elecciones libres” para elegir a un nuevo presidente y esa realidad fue un mayor ímpetu para continuar con esa política y militancia, que cerraba los ojos a otras realidades que formaban parte de nuestro proceso social.
Con el Archivo del Terror en manos de la justicia, se inició una etapa donde la memoria pudo haber cumplido un papel importante. Mientras la justicia se hacía cargo de los detenidos acusados por violaciones de los derechos humanos, la sociedad seguía “emborrachada” de las posibilidades electorales para cambiar lo que se consideraba equivocado. Aunque los medios de prensa y ciertas publicaciones le dieron rienda suelta a relatarnos historias sobre las luchas y, sobre todo, las violaciones ocurridas, no se pudo unir esas mismas noticias, con aspectos de la memoria que expliquen mejor y con mayor claridad, las causas y las consecuencias de tantos años de dictadura.
Ni los partidos de izquierda, ni los tradicionales; tampoco las universidades ni las oenegés, ni los gobiernos que se fueron sucediendo, tomaron en cuenta la ausencia de una memoria que explique qué había pasado durante esos años recientes y como ello afectó nuestro presente. Nadie asumió esta tarea como algo importante para la consolidación de pensamientos democráticos y solidarios. Fue las ansias del poder político, entendido este como ser protagonistas del proceso electoral, que tuvo mayor fuerza y que arrastró a la mayoría de los ciudadanos y de sus organizaciones.
También perdimos una oportunidad cuando se estableció la ley del pago de indemnizaciones para los luchadores. Fueron naciendo nuevas organizaciones de derechos humanos, conformadas principalmente por luchadores. El interés de estas fue el cobro de sus indemnizaciones y casi no se le dio importancia a la recuperación de la memoria. Se desaprovechó ese contacto con los luchadores que venían a la capital a realizar sus gestiones, para generar espacios de recuperación de la visión que tenían de la lucha, de sus organizaciones y demás elementos de la militancia.
No hubo interés en conocer esa otra historia. El objetivo era el cobro de ese dinero que le permitiría a esos luchadores tener un mejor pasar. La memoria como un espacio de lucha, de enfrentamiento ideológico con aquellas ideas señaladas más arriba, no tuvo ningún apoyo de nadie. Los partidos políticos ni siquiera hicieron nada por sus luchadores; las onegés estaban con otros intereses; las universidades, tenían la mirada dirigida a otros horizontes, más pecuniarios que de valores y principios y, los gobiernos, trataban de evitar el tema por las explicaciones que seguramente debían dar sobre la participación política durante el período de la dictadura.
Una diferencia con el proceso cultural y político de la Argentina, que aunque tuviera situaciones de crisis económica o políticas, siempre existieron espacios de debates; siempre hubo una tradición de lectura que influía en la sociedad; había editoriales que hacía circular nuevas propuestas políticas y culturales. El cine, el teatro, la música y las presentaciones de libros, revistas eran espacios aprovechados para darle vida a aquellas ideas que hablaban de modelos políticos y culturales diferentes.
Nada de lo descripto en el párrafo anterior era común en nuestro país. Pocos diarios en circulación y con contenidos en función de intereses político, sin preocuparse por los intereses del ciudadano. Nos llenaron de películas mexicanas, luego las norteamericanas y argentinas o brasileñas, pero reflejando la valentía o la capacidad del protagonista de la película. Tuvimos las censuras como correspondía a aquellos gobiernos de corte autoritario. Los libros que circulaban en las pocas librerías no pasaban de algunos relatos históricos. Y nos costaba mucho habilitar espacios de debates sobre temas de la memoria y de las características de nuestro proceso político social.
El suceso y el proceso
Según Alain Touraine, los ciudadanos de un país que vivieron bajo regímenes dictatoriales asumen, una vez que se abre un proceso de transición, la actitud del silencio (Touraine, 2002). No hablan por temor que los restos del autoritarismo que aún subsisten tomen alguna represalia. Pasado un largo tiempo, siempre según Touraine, esta actitud cambia. Las víctimas, los parientes y aquellos que de alguna manera fueron testigos o protagonistas de episodios traumáticos, comienzan a contar las cosas que sucedían durante los días de terror y muerte. En un tercer momento, se comienza a repudiar aquellas represiones y a sus torturadores. Un cuarto momento, sirve para trabajar la memoria en función de construir el futuro.
La cantidad de trabajos realizados en base a las violaciones de los derechos humanos que se han presentado en nuestro país arroja algunas conclusiones que deben ser analizadas y debatidas. La idea es ver de qué forma esas historias ayudan a dar un salto cualitativo en el tratamiento del tema y en la conciencia de la ciudadanía. Hasta el momento lo que se puede visualizar es la constante del eje del sufrimiento, de repetir historias en relación con las torturas recibidas, a los maltratos, a las injusticias vividas.
Este es, de por sí, un aspecto muy importante y debe ser tenido en cuenta. Sin embargo, existen otros ejes que son también muy importantes, quizá más que aquellos que se quedan en el relato. Estos otros enfoques, tienen la cualidad que además de señalar las maneras salvajes del aparato represivo de la dictadura, tratan en lo posible de elevar la mirada para entender y encontrar las posibles causas de estas. También entender cómo fue posible que, desde los primeros días de su instalación de esa dictadura, ésta haya logrado tanto apoyo social, a pesar de las muestras de violencias que se fueron desarrollando a lo largo de aquellos treinta cinco años.
Es decir, no se trata solamente de entender el salvajismo. Debemos visualizar aquel proceso en toda su dimensión y encontrar aquellas persistencias que todavía hoy encontramos en muchas acciones y actitudes de nuestras autoridades y de nuestra dirigencia política y gremial. Pero esto, para que sea realmente válido y pueda ser de utilidad en el presente, tiene que ver también con lo que hicimos y con lo que dejamos de realizar a la hora precisa, en las coyunturas que así lo exigían.
Entendemos que una historia contada de manera singular, de un caso específico tiene más fuerza e impacto que un análisis más general, que busca encontrar causas que muchas veces no son reconocidas de inmediato. Por ejemplo, contar lo salvaje de una sesión de tortura impresiona mucho más que tratar de explicar porque los gobiernos necesitan de un aparato represivo.
Decimos que tiene más efecto escuchar cómo fueron torturados, por ejemplo, a los compañeros campesinos de las Ligas Agrarias que detenerse a analizar cómo era esa organización, cuales sus potencialidades y sus debilidades. De ahí que, si queremos difundir, agitar e impactar en la ciudadanía nada más elocuente que contar historias de luchas con el sesgo señalado más arriba. Este paso es muy importante y necesario. A esta metodología podríamos denominarla la “memoria del suceso”.
Sin embargo, si queremos ubicar las raíces que dieron nacimiento a regímenes dictatoriales, si queremos señalar aspectos más importantes de su estructura política no podremos hacerlo desde la memoria del suceso. Ahí necesitamos de la “memoria del proceso”. Esta es entendida como un proceso que tiene antecedentes, conflictos y desenlaces. Además, con la memoria del proceso la coyuntura analizada está caracterizada por la lucha de los opuestos, por un claro sentido de contenido histórico y por una necesidad de ser transformada.
La memoria del proceso nos obliga a ver cuáles son las repeticiones y las reiteraciones que desde el plano de la praxis de la oposición (sectarismo, bajo nivel de educación política, débil organización estructural, ausencia de políticas de clase y otras) se dieron anteriormente y se siguen produciendo en el presente. Esta es una de las cualidades y de las diferencias que tiene esta metodología con la memoria del suceso. Mediante el análisis de estas realidades, es que podremos visualizar que es lo que hace que sigamos siendo débiles en cuanto a organización y casi inexistente en cuanto a alternativa de propuestas políticas para los trabajadores y demás sectores sociales.
Hay que señalar que esta memoria del proceso también tiene en cuenta a las acciones que se dan desde lo que llamaremos el polo dominante, donde incluimos al gobierno, a los partidos tradicionales, los gremios de empresarios, importadores y exportadores, además de todo lo que hace a la prensa y al papel de la iglesia en cuanto espacio de reproducción de valores conservadores.
Entonces, decimos que, ante tantas propuestas de recuperar el pasado más reciente, podemos observar una casi mayoría de aquellos documentales que se quedan en la memoria del suceso. Necesitamos elevar nuestra capacidad analítica para entender de manera global y dialéctica los procesos sociales y políticos. Es hora de que dejemos el lamento. Es hora de que dejemos de excusarnos de nuestras culpas y responsabilidades. Es hora de que hagamos un aporte – como muchos otros que ya se dieron en el país- para ir construyendo una alternativa válida a los intereses de los trabajadores.
Aunque todavía seguimos dentro del esquema de la memoria del suceso, aquellas organizaciones, individualidades y grupos deberían de ir creando las condiciones para que podamos dar el salto y comenzar a investigar más en aquello de la memoria del proceso. Una forma de hacer este trabajo es recuperando la historia de sus propias organizaciones, de sus parientes militantes y de aquellas experiencias de las cuales se tiene información. Aunque sea sin metodología, sin conocimientos de los hechos es importante que obtengamos aquellos registros para contar con esa parte del proceso de conocimiento que es la información de los acontecimientos.
En otros países, la Argentina, por ejemplo, ya existen centros que se dedican a recuperar las historias de las izquierdas y del movimiento obrero. Hoy este centro es visitado por cientos de estudiantes, obreros e intelectuales que tienen la posibilidad de encontrar una inmensa cantera de informaciones que no era conocida o estaba oculta. Esta posibilidad les permite a los interesados tener la otra versión de los procesos y de esta manera poder entender mejor y con todas sus vertientes determinadas coyunturas.
Es hora de que dejemos el activismo, la militancia por la militancia y el seguidismo político. Es hora de que comencemos a pensar en lo que hacemos y por qué lo hacemos. Es hora de que entendamos que historia es un proceso y no un simple suceso. Es hora, como decía un viejo dirigente de izquierda febrerista, “que todo lo que se elucubre al margen de ella, es humo y ceniza recaída en el mágico mundo de la utopía” (Pérez Cáceres, 1979).
Referencias
Carnovale, V., Lorenz, F., y Pittaluga, R. (2006). Historia, memoria y fuentes orales, Buenos Aires, Memoria Abierta/ CeDinCi Editores.
Chesneaux, J. (2005). ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores; México, Siglo XXI.
Pérez Cáceres, C. (s/f). Entrevista a Juan de Dios Acosta Mena, Inédita.
Reyes, M. (2006). Memoria e historia: dos lecturas del pasado, Madrid, Letras libres.
Rozitchner, L. (1998). “Los desfiladeros de la memoria”, Revista La Maga, Buenos Aires 1º/Julio/1998.
Sebares, F. (2013). Thompson y Hobsbawm frente a los dilemas del marxismo historiográfico: concepción de la historia estrategia teórica y propuesta política, Oviedo: Universidad de Oviedo.
Villagra, M., López, M., y Pérez, C. (1979). Entrevista a Humberto Pérez Cáceres Inéditas. S/e
Sobre el autor: Carlos Federico Pérez: tiene cursos universitarios en filosofía, historia y ciencias políticas. Fue militante y dirigente de la Juventud Revolucionaria Febrerista y de la Juventud de los Derechos Humanos en la década de los 70 y de los 80. Obtuvo una beca para cursar periodismo en Barcelona en el marco de un proyecto del diario francés Le Monde para la realización de un suplemento mensual del diario sobre América Latina. Periodista desde la década del 70, colaboró en el semanario “El Pueblo” del PRF. Trabajó en el Diario Noticias desde 1993 hasta 1995. Desde 1995 trabaja en el Diario Ultima Hora. Participó en el trabajos de investigación “Semillas de vida”, que trata sobre los paraguayos desaparecidos en la Argentina. |